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Lamento por Guadramiro

Guadramiro , a cuya torre vemos cada día tras sus campanas una mirada mas triste, y cada golpe de campana es una lágrima, un llanto, un grito implorando ayuda, una pena que ya no puede contenerse mas, porque ve que se le va la gente, se le van sus hijos, que le abandonan y quedará solo ante el peligro, con una ermita que le mira dia a dia, una ermita que guarda a su vera las almas de quien no le abandonaron, cobijandolas bajo su ala izquierda para que echen a volar a pedir esa ayuda que los vivos no le proporcionamos. Y sobre su espadaña posa una de las últimas moradoras de mi pueblo, la cigüeña, la que lleva la historia de nuestro pueblo reflejada en sus colores, el blanco del esplendor pasado y el negro del oscuro futuro, un animal sabio que con su pico translada el llanto de mi pueblo, la agonía bajo la cual sollozan la Ermita, la torre, la iglesia, la antigua escuela ...de todos los edificios que caen como lágrimas de una madre o una abuela que ve marchar a sus hijos y nietos y que no saben en cuanto tiempo no los volverá a ver.

Carlos Javier Salgado Fuentes

miércoles, 9 de noviembre de 2011

PEPITA CALLES

¡ AMOROSA QUIETUD !



Tanta quietud estremece el alma. El silencio se adueña de todo y solo el sonido de las esquilas del rebaño, van animando el camino. El polvo que levantan al pasar formando una densa nube, se desvanece al momento. La tarde va cayendo sobre el campo, que recibe a la penumbra como un bálsamo después de los rigores del día; y la noche, ya anunciada, se cubrirá con su manto de estrellas plateadas tan brillantes e infinitas, que invitan a pensar y como no, a soñar.

Aquí, en esta tierra mía donde me acoge como madre amorosa, cada vez que vengo a ella, me siento llena de una fuerza interior. Siento ,que sus piedras milenarias me arropan y me llenan de fortaleza. Y que, al calor de su querencia me hace comprender que no he perdido mis raíces. Soy un árbol transplantado , que vive en otra tierra. Allí se extendieron mis ramas y han dado su fruto. Y allí, en la inmensidad de la gran ciudad –cosa que en mi juventud no me había ocurrido- ahora, con el paso del tiempo, y cuando los años empiezan a pesar, me siento algo perdida.

Rodeada de tanta gente, he sentido el frío de la soledad. Por eso aquí, hoy mismo, en este atardecer incomparable,

un amoroso remanso de paz llena todo mi espíritu. Y envuelta en este silencio tan lleno de sonidos, cuyo lenguaje solo escucha el alma, he percibido unas sensaciones que con nada se compara. Una inmensa gratitud emana de mí ser y doy gracias a Dios por poder gozar de tanto bien. Que no me falte este refugio donde se alivian todos mis males y se reconforta todo mi espíritu. Que tenga muchos atardeceres para gozar y otras tantas noches para soñar. Y que , cuando vuelva a la gran ciudad, el recuerdo de estos días aminore y dulcifique el ajetreado vivir. ¡Hasta siempre “tierra mía”! que tu recuerdo me acompañe y tu calor me reconforte en mis horas de soledad.