¡ AMOROSA QUIETUD !
Tanta quietud estremece el alma. El silencio se adueña de todo y solo el sonido de las esquilas del rebaño, van animando el camino. El polvo que levantan al pasar formando una densa nube, se desvanece al momento. La tarde va cayendo sobre el campo, que recibe a la penumbra como un bálsamo después de los rigores del día; y la noche, ya anunciada, se cubrirá con su manto de estrellas plateadas tan brillantes e infinitas, que invitan a pensar y como no, a soñar.
Aquí, en esta tierra mía donde me acoge como madre amorosa, cada vez que vengo a ella, me siento llena de una fuerza interior. Siento ,que sus piedras milenarias me arropan y me llenan de fortaleza. Y que, al calor de su querencia me hace comprender que no he perdido mis raíces. Soy un árbol transplantado , que vive en otra tierra. Allí se extendieron mis ramas y han dado su fruto. Y allí, en la inmensidad de la gran ciudad –cosa que en mi juventud no me había ocurrido- ahora, con el paso del tiempo, y cuando los años empiezan a pesar, me siento algo perdida.
Rodeada de tanta gente, he sentido el frío de la soledad. Por eso aquí, hoy mismo, en este atardecer incomparable,
un amoroso remanso de paz llena todo mi espíritu. Y envuelta en este silencio tan lleno de sonidos, cuyo lenguaje solo escucha el alma, he percibido unas sensaciones que con nada se compara. Una inmensa gratitud emana de mí ser y doy gracias a Dios por poder gozar de tanto bien. Que no me falte este refugio donde se alivian todos mis males y se reconforta todo mi espíritu. Que tenga muchos atardeceres para gozar y otras tantas noches para soñar. Y que , cuando vuelva a la gran ciudad, el recuerdo de estos días aminore y dulcifique el ajetreado vivir. ¡Hasta siempre “tierra mía”! que tu recuerdo me acompañe y tu calor me reconforte en mis horas de soledad.