domingo, 27 de noviembre de 2011

Remembranzas de mi Pueblo


Dicen que los recuerdos, tanto los buenos como aquellos que no lo son tanto, son como trozos de vida que llevamos dentro, prestos para volver a repetir, para volver a vivirlos en cierta manera. ¿Cómo sería la vida sin recuerdos? Sería una vida lineal, vivida siempre en una misma dirección, sin ningún tipo de sensación o emoción que nos invitara a volver a revivir aquellos momentos agradables, a corregir y lamentar los errores pasados, o a añorar y echar en falta a los que se fueron.

Los recuerdos son como marcas, muchas de ellas imperecederas, que el tiempo va dejando en nuestra vida, como hitos que van marcando el tiempo vivido, como referencias sin las cuales la vida sería completamente distinta.

No son muchos, por más que me esfuerce en intentarlo, los recuerdos que tengo del pueblo donde nací.

Afortunadamente, los recuerdos de la infancia son casi siempre felices y agradables, aunque los tiempos en que se vivieran, años 50, estuvieran condicionados por determinados factores y circunstancias en las que no es preciso entrar en este momento. De otra manera, al ser esta etapa de la vida fundamental para el futuro desarrollo de la persona adulta, se vería ésta seriamente afectada en su evolución posterior.

No es objeto de mi escrito disertar sobre estos aspectos, que con toda seguridad otros lo harán mejor que yo. Sólo pretendo con esto dejar patente la importancia y el valor que yo le doy a los primeros años de mi vida, años vividos en Guadramiro, nuestro pueblo.

Son ya muchos los años pasados. Hace tiempo ya que los de mi edad nos dimos cuenta de que el tiempo corría demasiado precipitadamente, y que quedaron ya muy atrás las ansias de querer crecer deprisa para ser mozo, para que nos dejaran entrar al baile del señor Quico Zapatero, para ir a la mili como los quintos, para poder ir a las fiestas de los pueblos cercanos, para echarnos novia, o para poder fumar un cigarrillo sin tener que escondernos.

Ahí aprendí las primeras letras en la escuela de D. Primitivo y fui a la misa de D. Iñigo. Por los alrededores corrí como los demás chavales de mi época, a todos los tengo presentes, aunque son pocos a los que he vuelto a ver.

Ahí quedaron también, pese a mi temprana edad, algunas ilusiones y sueños con nombre de mujer, que evidentemente no voy a desvelar. Hoy serán ya señoras respetables y madres de familia.

Podría decir muchos nombres de gente que me vienen a la mente, como reminiscencias y evocaciones, como líneas sueltas de un texto que no acaban de tener sentido propio, al faltarle la imprescindible correlación y unidad entre ellas.

A pesar de todo, a pesar de que cuando la vida, a muy temprana edad, me llamó hacia otros lugares, y de que en ese querido pueblo tan sólo quedaron los abuelos descansando para siempre en el camposanto junto a esa querida e inolvidable ermita de S. Cristóbal, nunca olvidaré al pueblo donde nací.

En las escasas ocasiones que he tenido oportunidad de volver, he vuelto a recorrer sus calles. He vuelto a visitar su iglesia y su ermita. Me he vuelto a subir en el altar para ver hasta donde le llegaba con la mano extendida a esa magnífica imagen denuestro santo patrón. He comprobado con satisfacción las evidentes y ostensibles mejoras en sus calles y en sus plazas, conservando al tiempo ciertos rincones y recovecos, cada uno de los cuales me traen a la mente un recuerdo imperecedero.

La Plaza, con sus bailes de fiesta y de bodas, el Pozo Abajo, que se veía desde mi puerta, y donde tantas veces fui a por agua, El Palacio, y la espera del coche de línea por las tardes, lugar de reunión de chicos y chicas, las escuelas, y sobre todo, por la lástima que me da que se esté muriendo, ese árbol gigantesco que está frente a la iglesia. Todo tiene su fin, y a buen seguro, ese árbol, si hablar pudiera, nos contaría a todos muchas más cosas del pueblo que entre todos podamos conocer.

Gracias a vuestra revista, que recibo puntualmente, gracias a Albert, que se merece todo el reconocimiento a su esfuerzo en confeccionarla, he podido volver a traer a mi memoria recuerdos que creía olvidados. He podido volver a ver fotos antiguas de cuando yo andaba por ahí, y modestamente, he podido a través de estas líneas, mostrar mis sentimientos hacia este pueblo, nuestro pueblo.

Muchos de vosotros no me conocéis, yo a vosotros tampoco, pues los años han ido pasando muy deprisa. Muchos habéis nacido en estos 45 años que me marché. Otros, es ley de vida, se han ido para siempre. Para todos, un saludo y un recuerdo.

Están aún lejanas las fechas de la fiesta de S. Cristóbal. Me gustaría recordarlas de nuevo con vosotros. Sé que ahora son distintas, por eso quisiera compararlas con aquellas otras más sencillas de mi infancia, que se limitaban a la celebración de la misa en la ermita, y un vino en la plaza ofrecido por el Ayuntamiento.
Tal vez un día haya ocasión.

Mientras tanto, un saludo cordial para todos mis paisanos.



Francisco Vicente de la Cruz